jueves, 29 de diciembre de 2011

"Adoptar una estrella"



       Por lo visto, con el programa GOOGLE EARTH SKY, ya es posible conseguir la “adopción oficial” de una estrella, perteneciente a la Constelación del Cisne. Tanto es así, que con un archivo tipo Kml   (http://whitedwarf.org/palebluedot/KIC.kml) se puede abrir el GOOGLE EARTH SKY y ver las estrellas adoptadas, con el nombre de la persona que la adoptado, junto a ellas. Fue el propio equipo de la misión espacial Kepler, quien organizó el proyecto de “adoptar una estrella”, en el año 2009, e incluso parece que con una pequeña contribución económica hasta te envían un certificado de adopción (la dirección web del tema era adoptaunaestrella@gmail.com).



La noticia me resultó curiosa, más que nada porque la expresión de “adoptar una estrella” me es muy familiar. Personalmente, la uso desde hace bastante tiempo… desde mucho antes de la aparición del programa GOOGLE EARTH. Además, mis posibilidades de adopción nunca se han limitado a la constelación del Cisne, ni a ninguna otra, más allá de lo que mi contemplación directa me permita  acceder, levantando los ojos al cielo nocturno… Tampoco es preciso ninguna contribución económica, por mínima que pudiera ser. Ahora que, también es verdad, que mi adopción  no es “oficial”. Es decir: que nadie, en absoluto,  me ha otorgado jamás ningún certificado, como padre adoptivo de estrella alguna… y a pesar de ello, llevo ejerciendo como tal, ya digo, desde hace bastante tiempo… y, sinceramente, me trae sin cuidado los certificados y los diplomas…



Si bien fue el verano la estación  que me resultó más idónea para realizar la adopción y, en consecuencia, es en verano el momento del año en que mi “hija adoptiva” regresa y “nos veamos allá afuera”,aún así creo que la época navideña en la que estamos,  resulta del todo propicia para haceros estas confesiones y para compartir con todos mi método particular de adoptar una estrella.



Además, siendo éste el último post del año y estando, pues, como estamos, esperando el año nuevo, seamos un poco locos… ¡Brindemos mirando al firmamento…! ¡Ea! ¡Ahí va mi meditación con las estrellas!





En primer lugar, lo que hemos de hacer es enamorarnos del cielo. Para ello, será imprescindible situarnos donde podamos acceder, cómodamente, a la contemplación del cielo nocturno.


Un patio, una terraza… pueden valer, aunque lo ideal es poder estar  en algún espacio de la naturaleza: la montaña, el campo, la playa… Busquemos algún lugar apartado, donde podamos tumbarnos, relajadamente, boca arriba sobre la yerba… la tierra o la arena… (por eso decía que suelo encontrar en el verano las ocasiones más idóneas para disfrutar este ejercicio). Una vez que nos hemos colocado en una  posición bien cómoda, entonces es el momento de olvidarnos de todo… y entregarnos por completo a la acción irracional… absurda… “inútil”… de perdernos entre las estrellas…  Es cuestión de  rendirse de forma total, de embelesarse… de fundirse en la contemplación de las infinitas luces que refulgen en la noche estrellada…



Los pensamientos seguirán acudiendo, circulando por nuestra mente… pero habremos decidido que, en estos momentos, nos nos interesan lo más mínimo. Pueden estar ahí… si quieren… (¡Y querrán!) ¡Qué le vamos a hacer! ¡Los pensamientos son así! Los pensamientos vienen solos… Los pensamientos se van solos… Pero, como digo, hemos decidido no alimentarlos con nuestro interés. Si, en algún momento, nos damos cuenta de que algún pensamiento “nos ha arrastrado con él…” ¡Pues nada! Con toda serenidad… tomamos conciencia de ello… y lo dejamos estar… ¡Nosotros volvemos a lo nuestro! ¡Lo que nos interesa es mirar las estrellas!



Después, a medida que nos vamos familiarizando con el panorama del cielo estrellado… podemos empezar a “buscar nuestra estrella”. ¡Búsquenla! Primero se sentirán atabalados, mareados… perdidos ante tanta magnificiencia estelar… pero… poco a poco… comenzarán a ir haciendo elecciones. Al principio serán confusas… titubeantes… dubitativas… 




¡Está bien! ¡Es así! ¡Disfruten la búsqueda! Progresivamente irán situándose… orientándose… Comenzarán a distinguirlas… y, tarde o temprano, comenzarán a sentir atracción por alguna estrella determinada… ¡Piérdanla… y vuelvan a encontrarla! ¡Jueguen con ella! ¡Flirteen con ella! ¡Empiecen a sintonizar con su estrella!



Si llegan hasta aquí, pueden iniciar la tercera fase: imagínense ustedes mismos como si fueran de agua… o de cristal… De cristal líquido sería una buena combinación (en el fondo, no estaría demasiado alejado de la realidad, pues nuestra composición principal es agua… y actualmente, los científicos  han descubierto que nuestra agua intracelular se encuentra en estado de cristal líquido). Entonces, con nuestra imaginación activada, podemos sentirnos pequeños lagos cristalinos en donde “nuestra estrella” está siendo reflejada. Todavía, con los ojos abiertos, nos concentramos en la estrella y… a la vez… nos imaginamos que la estrella está siendo reflejada dentro nuestro… En lo más profundo de nosotros…


Llegamos ya a la cuarta fase: ahora podemos cerrar los ojos y comenzar a ver la estrella en nuestro interior. Al principio, igual que antes, pasará lo mismo: la experiencia será muy fugaz e inestable… pero con la práctica se irá estabilizando. Cerraremos los ojos y nos irá siendo cada vez más fácil imaginar-ver-sentir a la estrella en nuestro interior. “¡Nuestra estrella…!” “¡Vuestra estrella…!” “¡Tu estrella!”  ¡Y no te preocupes por los certificados ni por los documentos oficiales…! ¡En el mundo meditativo eso no existe! ¡Es tu estrella!

Vuelvan de nuevo otra noche… y búsquenla... ¡Encuéntrenla! ¡Alójenla dentro de sí! ¡Abran los ojos y concéntrense en ella, mientras refulge allá, en lo alto! Después… cierren los ojos y mírenla en el interior. ¡Cada vez, será más fácil sentirla dentro! ¡En el corazón! ¡O en el ombligo! Justo por debajo del ombligo: en el “HARA”, como dicen los japoneses. ¡Alójenla allá! ¡Déjenla allá! ¡Empezarán a sentir su luz!



Legará un momento que, en cualquier situación, la que fuere que se encuentren, podrán sentir a su estrella interna…¡Podrán sentir su luz!  Entonces… … ¡jamás volverán a sentirse solos! Podrán estar solos… sí… ¡Al fin de cuentas, ya saben, el camino del guerrero es un camino en soledad… Pero dejarán de estar aislados. Estarán conectados… ¡Reconectados con el Kosmos! ¡La soledad se transformará…! ¡Será profunda… y a la vez GRANDIOSA…! ¡Radiante! ¡Una soledad radiante! ¡Brindemos por las paradojas de la existencia!



No es difícil sintonizar con una estrella… después de todo, como dijera el astrónomo Carl Sagan, no dejamos de ser “polvo de estrellas, mirando a las estrellas… a través de los milenios.” Aunque puestos a acabar el post con una frase poética y profunda, me gustaría hacerlo con algo que aprendí no se cuando, ni en qué lugar… algo que dice, aproximadamente, así: “cuando de noche diriges tu mirada hacia el cielo… y miras las estrellas… por fin el Universo puede contemplarse el rostro… a través de tus ojos.”


miércoles, 21 de diciembre de 2011

("EL MENSAJE EN LA BOTELLA ") ("La burbuja rosa")





Este post va a ser distinto. Vamos a tomarnos un descanso de tanta teoría y tanta reflexión. Por una semana, y aprovechando la festividad navideña,  vamos a darnos un respiro y ya que venimos hablando de coincidencias y sincronicidades, en esta ocasión el artículo va a consistir, únicamente, en relatarles, al respecto, una anécdota personal. Pueden tomarlo, si gustan, como un cuento de navidad, aunque doy fe de la veracidad de la historia…

Verdaderamente, creo que podría, sin exagerar, escribir un grueso volumen completamente dedicado al relato de las circunstancias que he tenido la ocasión de experimentar, a lo largo de mi vida,  que podrían describirse como coincidencias significativas, que podrían llamarse  sincronicidades. Si las coincidencias intrigantes en la vida de Pauli fueron bautizadas por sus amigos como “Efectos pauli”, he de confesar que mis amigos más íntimos hablan, desde hace mucho tiempo,  de “laureanadas”.  No necesariamente son siempre coincidencias “directa e inmediatamente  afortunadas”, pues para entender lo que hemos venido llamando “sincronicidades”, hemos de hacerlo mirando la vida en perspectiva y, sobre todo, aceptando aquel viejo refrán que dice que “la vida no te da siempre lo que tú quieres… sino lo que tú necesitas.”



 Me voy a permitir, pues, extraer, de entre las que recuerdo en estos momentos, al menos una, pues, aunque no sea la más increíble, sí considero que reviste suficiente vistosidad y elegancia. Como mínimo, puede ser considerada por cualquiera como una coincidencia misteriosa, significativa y sorprendente.

Pues bien: corría un mes de julio, de finales de los noventa, y en casa habíamos decidido que aquel agosto volveríamos a hacer las vacaciones yendo a algún camping de la costa, con una antigua roulotte, que teníamos como herencia de mi suegro.


Mi esposa Mónica me insistía  en que antes habríamos de comprarnos un coche nuevo, pues el que teníamos por entonces, aunque seguía funcionando bien, consideraba que ya tenía demasiados años para aventurarnos de nuevo por las carreteras estivales remolcando una caravana, con el niño pequeño… etc. (¡ya se sabe: la protección de las madres, la intuición femenina…!)



 El tema fue que yo permití que fuera pasando el mes, ignorando sus ruegos, pues pretendía aprovechar el hecho de  que el año anterior le había colocado la “bola” de remolque al coche, y si las pretensiones eran las de estar todo el mes entero de vacaciones, con lo que daba nuestra economía había que hacer verdaderos juegos malabares. Así pues, los días iban transcurriendo hasta que llegó la última jornada laboral y por la mañana temprano me dirigí al centro médico donde ejerzo profesionalmente, conduciendo mi viejo auto. Cuando me encontraba por la mitad del trayecto, aproximadamente, circulando por la carretera nacional, justo al pasar por un semáforo poco oportuno (hace años que ya no existe), el coche que circulaba delante de mí, clavó sus frenos recién estrenados (aún llevaba la matrícula verde provisional), al ver que justamente en ese momento, el semáforo se ponía en ámbar. Lo más habitual, en esas circunstancias,  habría sido que el coche hubiera pasado y habría sido a mí, entonces, a quien me habría tocado frenar el primero. Sin embargo, una pareja de policías, parados junto al semáforo, probablemente influyó en la maniobra brusca de aquel conductor.


La cuestión fue que yo, que también andaría algo embobado mirando a los guardias, no tuve tiempo de reaccionar tan rápido, o que el coche viejo ya no frenó con tanta intensidad… En fin, que llegué a topar con el coche de delante. ¡Nada! ¡Ni siquiera hicimos parte! ¡Aquel coche era un impresionante todoterreno, 4x4, y con el impacto no sufrió ni un rasguño! Sin embargo, mi viejo Peugeot 309, se deformó aparatosamente. Todo el chasis de la parte delantera quedó irrecuperable y se rompió el radiador. En definitiva: vino la grúa y tras la valoración del mecánico, pedí que lo llevaran directamente al desguace. ¡Nos habíamos quedado sin coche! ¡Y a la semana siguiente habíamos de salir de vacaciones!
 Amablemente, el conductor de la grúa me condujo hasta mi lugar de trabajo y, aunque con retraso, pude aprovechar la mañana.


Luego, al mediodía, empleé aquellas  horas para darme un chapuzón en la playa y después me abandoné, estirado en la toalla, a un rato de relajación. A continuación,  intenté meditar… Aunque no quería preocuparme, me sentía afectado por lo ocurrido y los pensamientos al respecto se me acumulaban en la mente. De todas maneras, me di cuenta que con lo sucedido se resolvía el ruego de mi esposa. Al menos en parte. La parte que realmente le preocupaba: que saliéramos de vacaciones con  aquél coche remolcando la roulotte.



 Sin embargo, recuerdo con toda claridad, que a los pocos minutos,  estirado allá,  con los ojos cerrados, bajo el sol, me fui encontrando cada vez  más animado… hasta que sentí… se podría decir que… algo así como “fe”. ¡Sí! ¡No encuentro otra forma de explicarlo! No es que creyera en nada en particular, solo que tenía la intuición de que todo se arreglaría. Una sensación “loca” de que todo iría bien. ¡Como si lo que había pasado hubiera sido lo mejor…! ¡Me sentía tan perplejo por aquel sentimiento extraño… por aquella excitación irracional… que me vi impulsado a realizar algo… una especie de invocación!
 Sepan que me apasiona el misterio y la búsqueda del sentido… pero que, al mismo tiempo, trato de alejarme al máximo de todo razonamiento infantil, del pensamiento supersticioso y de las pretensiones narcisistas… Sencillamente, aquella emergencia de fe me desbordaba. ¿Porqué tenía aquella sensación tan “loca” que parecía decirme que  no me preocupara en absoluto…? Escrito estaba en los evangelios aquello de que la “fe mueve montañas”, sin embargo yo seguía más bien la línea de aquel otro refrán: “A Dios rogando… pero con el mazo dando.”



Y como no sabía con que mazo dar, allí mismo, estirado en la playa, en un estado de relajación profunda, visualicé un coche. Me cuesta confesar que en lo más íntimo de mi mente… formulara un ruego. ¡Ni lo afirmo ni lo  niego! La verdad es que logré entrar en una gran concentración: estaba intensamente concentrado, inmerso… absorto… entregado. Si llegué a rogar: “necesito un coche”, de  lo que estoy seguro es de que no fue un “pensamiento” hecho con la “cabeza”. ¡Aquel mensaje debió salir directamente de lo más profundo del corazón!  ¡Sí!  ¡Tal vez fuera un ruego! ¡Un ruego humilde y sincero, con el corazón abierto! ¡Con el corazón tendido al sol! ¡Pues no había ninguna pretensión! ¡Tan sólo una apertura…!

Visualicé un coche.  De ninguna marca, en concreto. Un coche esquemático, arquetípico. Sé que al final dije: “Me conformo con un coche pequeño.” Y después intenté añadir elementos, más bien por deformación científica. A modo de control experimental; así que pretendí introducir elementos concretos que, además, pudieren servir como señales de correlación, en lo que estuviere por venir. Así pues, concreté: Un coche pequeño, de segunda mano,  con motor diesel y de color metalizado en plata.




Con esas características, visualicé el coche, lo metí dentro de una burbuja de color rosa… (no sé bien porqué; tal vez lo había leído en algún sitio)… y dejé que se elevara… Que la burbuja rosa se fuera flotando por el Universo… con “mi coche” dentro… Como un mensaje en una botella lanzada al océano… 



La verdad es que fue una visualización que se fue formando, prácticamente, sola. ¡Por sí misma! Con un mínimo de “participación dirigida” por mi parte. Sencillamente, al estar bien centrado en mi propia respiración, casi sin proponérmelo, al ir soltando el aire, lentamente, se me formó la imaginación de que con mi exhalación estaba formando una burbuja… y se me ocurrió que fuera de color rosa…




Como si estuviera inflando un globo de chicle… Una burbuja que se iba haciendo grande y que en su interior alojaba un coche… un coche para mí… ¡Un coche regalo! Como quien plantara una semilla… Después, al dejar que se elevara y que desapareciera entre las estrellas, me liberé emocionalmente… ¡Allá va! ¡Que sea lo que tenga que ser! Es decir: liberé una intención, liberé un deseo… pero me desapegué por completo de cualquier resultado. Simplemente, me sentía inspirado…



Volví por la tarde al trabajo. Acabé las consultas y me despedí hasta después de las vacaciones. Tuve que coger el tren para volver a casa. Al llegar, Mónica tenía la mesa preparada para cenar. Quise esperarme a terminar la cena para explicarle el pequeño accidente que nos había dejado sin coche, pero no hubo ocasión. Antes de acabar el primer plato sonó el timbre de la puerta: era mi cuñado Juan. He de advertir que, por aquel entonces, llevaríamos ya unos quince años de casados y en todo aquel tiempo, mi cuñado no habría aparecido espontáneamente por nuestra casa más de un par veces.
Cuando Juan se acercó hasta la mesa,  yo presentía lo que iba a decir. No se anduvo por las ramas. Juan fue completamente directo:
-Lauren: ¿Te interesa un coche?
-¿Por qué habría de querer yo un coche?- le contesté, para saborear, por unos instantes, aquel delicioso juego.
-¡Es que me lo regalan y he pensado en tí, que ya tienes el coche bastante viejo! ¡Este está prácticamente nuevo! ¡Es de segunda mano pero está como nuevo!
-¿Es pequeño?
-Bueno, sí. Es un Ford Fiesta, pero Ghia, que es la gama más alta, con su techo solar, que se abre… ¡Muy chulo!
-¿Y es Diesel?- le seguí preguntando.
-¡Sí! ¿Cómo lo sabes…? ¿Te interesa?
-¿Cuánto cuesta?
-¡Nada! ¡Ya te lo he dicho! ¡Es un regalo! ¡El cambio de nombre! ¿Te interesa o no?
-¡Sólo si es metalizado!
-¿Te estás quedando conmigo? ¡Sí! ¡Es metalizado!
-¿Color plata?
-¡Plata metalizado! ¡Sí! ¿Pero cómo lo sabes…?
-¡Me interesa! ¡No sabes cuánto me interesa…! -acabé respondiéndole, intentando disimular mi asombro.

Disfrutamos seis años de aquel Ford Fiesta diesel metalizado, y durante aquel tiempo no pisó el mecánico más que para el cambio reglamentario de aceite. Nos deshicimos de él porque decidimos volver a tener un coche más grande. Cuando fui a dejarlo, en el concesionario, para llevarme el nuevo coche, sentí un gran agradecimiento y emoción. Cuando le saqué las llaves por última vez, y abandoné su interior, no calculé bien (¡después de seis años!) y me golpeé fuerte la cabeza al salir. ¡Vaya acto fallido!


Pero lo más curioso es que yo, que no tengo para nada la costumbre de comer golosinas y, menos aún, goma de mascar,  ese día, en ese momento, iba masticando indolentemente un chicle, que me había encontrado (¿casualmente?) en la guantera.  Precisamente, cuando apagué el motor, hice con el chicle  un globo. Y al salir y darme el coscorrón… se rompió, explotó el globo,  enganchándoseme en la cara. Era exactamente el momento de abandonar el coche… el momento en que aquel coche desaparecía de mi vida… y… ¡claro!  ¡Se deshizo la burbuja!   ¡Por cierto: era un chicle de color…  rosa



Aprovechando el tópico: “¡Feliz Navidad!”



jueves, 15 de diciembre de 2011

"Coincidencias: ¿Azar o Sincronía?" (3ª. parte) ("Todo influye en todo")




¿Reconocerías un milagro si te encontraras ante él?

Es de sobra conocida aquella frase popular que reza: “Si no lo veo, no lo creo.” Pero puestos ya a rescatar refranes y proverbios, no habríamos de olvidarnos, para el caso, de aquel otro que dice que “no hay más ciego que quien no quiere ver.” Y es que está bien claro que nuestra atención realiza una labor de selección con los estímulos que nos llegan. Nuestra mente cuenta con un filtro selectivo para que los datos de la realidad sean procesados y para que tan sólo algunos lleguen a nuestra conciencia. Con lo cual, no sólo hacemos la vista gorda con todo aquello que no nos interesa... sino que padecemos un auténtico punto ciego ante cualquier información para la que no estemos preparados... Ya sea biológica o psicológicamente.



         Así pues, el “si no lo veo, no lo creo”, podría, también llegar a enunciarse de forma invertida. Es decir: intercambiando el orden de las preposiciones, con lo cual la aseveración quedaría reformulada de esta nueva manera: “Si no lo creo... no lo llegaré a ver... nunca.”
Con esto, no estoy proponiendo, para nada, la conveniencia de recuperar la actitud mental del “creyente”, en el sentido usual del término. Pues, en realidad, el “creyente” típico sería, mas bien, aquél que se refugia en prejuicios adquiridos. O sea: quién intenta consolarse manteniendo unas representaciones de la realidad que no entiende, y a las que se aferra fanáticamente.




Ese es el clarísimo caso de cualquier fundamentalista y de las religiones ortodoxas. Tanto el uno como las otras, dejan bien en evidencia que no buscan la verdad... sino, tan sólo, el tener la razón. Para ello, renuncian incluso al uso de la lógica formal, característica típica del pensamiento adulto, para deambular sin pudor por las estructuras míticas de la lógica concreta, del pensamiento infantil y de la “magia” primaria y narcisista. Con todo ello, se instalan en el autoritarismo e incluso pueden utilizar, llegado el momento, el uso de la violencia.

Una vez que hemos dejado atrás la “creencia”, a lo que le tocaría ir emergiendo... habría de ser... a la fe. Pero para no entretenernos, por el momento, en más conceptos difíciles y definiciones teóricas, expondré, simplemente, que de lo que se trataría sería de conseguir mantener una mente abierta. Una disposición a permitir... que se manifieste cualquier cosa. De tal manera, se permite la posibilidad de que llegue a manifestarse el misterio...




Recuerdo que era típico, en los comentarios del humorista televisivo Andreu Buenafuente, el que acabara concluyendo que lo lógico, lo evidente, de tal o cual cosa habría de ser... que ocurriera de tal manera... que fuera así... (y entonces apostillaba siempre el comentario con la coletilla dubitativa…) “¡...o no!” Con este “¡...o no!” se da la entrada a la duda inteligente, se está contemplando y aceptando la incertidumbre.


Es en esta apertura de la mente donde se está gestando el principio de la sabiduría: el reconocer, con humildad, que en realidad no sabemos nada... Es de esta sincera conciencia de ignorancia... desde donde vamos abriendo nuestra asombrada mirada al mundo... a la Vida.



¿Como podemos, entonces,  negar que el mundo sea un pañuelo... donde suceden cosas extrañas? No hace falta esforzarse demasiado para encontrarnos de cara con las coincidencias sorprendentes que nos brinda la vida, con las sincronicidades que el Universo proporciona.


La simple contemplación de la Naturaleza nos regala ejemplos por doquier: Mirar el cielo, en verano, nos permite disfrutar de la contemplación de bandadas numerosas de pájaros que vuelan en formación, moviéndose con una sincronicidad milagrosa.




Lo mismo ocurre en el mar... con los movimientos migratorios de los cardúmenes... inmensos bancos de pececillos que nadan en absoluta comunión, totalmente conectados entre sí, como si la congregación múltiple de peces fuera, en realidad, un único individuo.
Desplazándose con movimientos pulsátiles, el gran banco se comporta de forma unitaria, como si de una enorme ballena se tratara...

Nuestro propio cuerpo, sin ir más lejos, se expresa continuamente con una sincronización maravillosa, donde cada célula parece acceder a la información del resto de células, para producir millones de reacciones orquestadas, en cada segundo, a fin de mantener la homeostasis... el equilibrio de la vida.


El tema  de las coincidencias sincronizadas, de las conexiones significativas entre todos los sucesos, es una idea que siempre ha sido tenida en cuenta. Schiller había escrito: No existe la casualidad, y lo que se nos presenta como azar surge de las fuentes más profundas.”
También, en la filosofía mística advaita, los conceptos centrales de karma y sámsara interconecta todos los eventos humanos...


De hecho, al fin de cuentas, nada deja de ser una “coincidencia” . Todo son “coincidencias”, pues con la adecuada reflexión podemos ver que cualquier evento se produce como resultado de innumerables condiciones del universo. ¡Nada es independiente! Lo mismo que ocurre con la geografía física: si miramos, por ejemplo, las diferentes islas que componen un archipiélago, a nuestra vista se nos muestran separadas y distantes, sin embargo todas ellas se buscan y se juntan bajo la superficie del mar. ¡Incluso todos los continentes del planeta son uno solo bajo las aguas! Es más que probable, pues, que sea, solamente, la superficialidad de nuestra mirada, la que nos haga vernos separados e independientes... los unos de los otros.


“Todo influye en todo”, había escrito Heráclito hace veinticinco siglos, pero en la Jonia presocrática nadie le comprendía. Actualmente, los físicos modernos le están dando plenamente la razón. Pues, en efecto, las revolucionarias propuestas de la Física Cuántica nos están presentando, desde hace unos años, un modelo holográfico del Universo. Para resumir, podríamos decir que nuestro universo sería como un inmenso holograma, donde todo estaría absolutamente interconectado. Parece ser que cada punto tiene que ver con el resto de puntos, y lo que le sucede a uno repercute, de alguna manera, a la totalidad del resto de puntos. Así pues, en un universo donde todo influye en todo, en un mundo de propiedades holográficas, cualquier suceso, aunque lo podamos considerar aislado o independiente, en realidad no lo es, sino que es el resultado de la combinación de todos los sucesos del Universo.


Abrirnos a la sincronicidad nos ofrece muchas posibilidades. Alejándonos de hipotéticas manipulaciones “mágicas”, que tanto suelen atraer a un público popular, lo que más resaltaría sería el hecho de que estimular la atención contemplativa y el interés genuino  por la “Sincronicidad”, fomenta una actitud reverencial ante la Vida y ante el mundo. Precisamente, la auténtica apertura a las sincronicidades, nos va distanciando del interés egóico por la obtención de beneficios propios, mientras que nos va sensibilizando al Asombro…





En las pistas que nos van dejando las coincidencias, lo que encontramos, entonces, son verdaderas oportunidades de aprendizaje, de crecimiento psicológico… y de evolución de la conciencia.

Admitir la idea de sincronicidad dota de sentido a nuestras vidas. Abrirnos a la idea de que todos estamos conectados nos promueve a asumir mejor nuestras responsabilidades, nos invita a estar más despiertos y a vivir en el mundo con la motivación y el asombro que incitan  aquella célebre frase de Teilhard de Chardin: “Somos los protagonistas de nuestras propias vidas… pero, además, somos los extras de un drama superior.”



viernes, 9 de diciembre de 2011

"Coincidencias: ¿Azar o sincronía?" (2ª parte.) ("La realidad supera siempre a la ficción.")



                Veníamos hablando de coincidencias y sincronicidades. De  las sucesiones de acontecimientos que, de forma sorprendente, en ocasiones advertimos que se producen y que parecen conducirnos, o al menos ofrecernos  alguna información significativa para nuestras vidas.


            Fue el psicólogo suizo Carl G. Jung quien acuñó la palabra sincronicidad para referirse a este tipo de coincidencias significativas, en donde no encontramos relación causal en su aparición, es decir, que parecen escaparse a la lógica probabilística y, sin embargo, podemos leer en ellas un mensaje personal, un significado…. Son portadoras de  sentido, para quien las vive



El propio Jung explica la anécdota  de una ocasión, en la que se  encontraba en su consulta de Zurich, con una paciente, analizándole un sueño en donde a la cuál le regalaban un escarabajo de oro… Por lo visto, Jung estaba tratando de interpretarle el símbolo de ese escarabajo, relacionándolo con el mítico escarabajo áureo, del Antiguo Egipto… reflexionando, como estaba, con la importancia de semejante elemento… ¡de repente…! ¡Paff…! ¡Algo chocó, golpeando los vidrios del ventanal! Al abrir el propio Jung la ventana para ver de que se trataba, penetró en el consultorio un rarísimo ejemplar de… escarabajo. Exactamente un scarabeide  cetonia aurata. ¡Vamos, lo más parecido a un escarabajo de oro que pueda encontrarse!  “¡Ahí tienes  tu escarabajo!” Exclamó Jung a la paciente.

     

      
            Más recientemente, el eminente científico Ervin Laszlo, director científico de la Universidad para la Paz, de Berlín, asesor de la Unesco… etc., etc., escribió: “Hay dos cosas en las que he llegado a creer, implícitamente, acerca del mundo en que vivimos: Nada de lo que en él ocurre es independiente de cualquier otra cosa, así como tampoco completamente fortuito o víctima del azar.”


          
  Ahora bien, es preciso decir que en esto de ir buscando patrones ocultos hemos de andarnos con cuidado. ¡No es cuestión de ir viendo presagios en cada signo de la Naturaleza, ni de volver a creer en pájaros de mal agüero!  


 A la Humanidad le ha costado miles de años evolucionar desde una balbuceante conciencia arcaica, pasando por el primitivo razonamiento mágico y, después, mítico… hasta llegar a dominar una lógica racional y abstracta… El seguir evolucionando hacia una percepción  psíquica y transpersonal, hacia una conciencia translógica,  no es lo mismo que regresar a una visión infantil ya superada. 


Confundir una cosa con la otra , en el caso de la sincronicidad, sería igual que caer en el pensamiento supersticioso, el cual tendría el efecto contrario al que se pretende, pues nos haría retroceder y vivir más amedrantados,  en lugar de avanzar y vivir inspirados por un misterio fascinante… al cual vamos aprendiendo a abrirnos y a confiar.

            Resulta que el tratar de encontrar patrones misteriosos a través de las coincidencias, no es que sea una cosa tan excepcional como pueda parecer a primera vista. Una escudriñadora  ojeada selectiva, a la Historia, nos puede proporcionar gran cantidad de este tipo de coincidencias enigmáticas: 


 Las tremendas similitudes que se encuentran, por poner tan solo un  ejemplo, sobre el hundimiento del Titánic y la novela “Futilidad”, a partir de un sueño que tuvo su autor, M. Robertson, y que narra el hundimiento del Titán, contiene tantas equivalencias con la tragedia real del rompehielos, ocurrida 14 años después de la publicación de la novela, que aún sigue sorprendiendo.


Igualmente, se han encontrado paralelismos intrigantes entre diferentes personajes históricos, como Napoleón y Hitler, Lincoln y Kennedy, etc., etc. El pensamiento cabalístico y la numerología son un terreno abonado para este tipo de estudios, donde se puede llegar hasta el auténtico delirio. Lo cual no quita que puedan resultar tremendamente curiosas ciertas similitudes, como la asombrosa cantidad de coincidencias que se ha llegado a  encontrar, numerológicamente, en el atentado del 12 de septiembre a las torres gemelas…
        
    El mundo es muy grande… ¡hay tantos estímulos…! ¡Ocurren tantas cosas a la vez…! Si nos ponemos a buscar, con atención, acabamos por encontrar coincidencias… y si seguimos acumulando coincidencias,  finalmente la lista terminará siendo tan larga… que podrá acabar por convencernos…

Estos son juegos. Podemos llamarlos, si queremos, juegos esotéricos. ¡Está bien! Podemos jugar… puede ser un juego divertido… pero sigue siendo un juego… Y tanto juego… al final acaba siendo un obstáculo para la auténtica búsqueda existencial y, desde luego, para el camino hacia una conciencia superior.





¡Claro que todo está conectado! (“El Universo está enmarañado”, decía en el post anterior) ¡La realidad es una Unidad! Pero más que ir por ahí haciendo cábalas, o intentando provocar una sincronicidad propicia, a voluntad, considero que lo más adecuado que podemos hacer es, sencillamente, aceptar que la realidad supera siempre a la ficción… y permanecer atentos… despiertos… abiertos… Con una mente agnóstica pero abierta… invitando a que suceda… No podemos, con nuestros actos, causar la sincronicidad… sino tan sólo convocarla… y permanecer receptivos.



            En eso consiste nuestra disposición a vivir el misterio. Si pretendemos causarla, realmente, lo que acabaremos consiguiendo será, más bien, todo lo contrario. Pues la propia pretensión va implicando una exigencia…  e incluso una impaciencia. “¿Por qué no sucede?” “¿Por qué no me ha sucedido todavía…?” Y eso va creando una tensión… la tensión del apego. Y si creamos tensión… ¡se acabó!



            Hemos de entender la invocación como una invitación. Incluso como algo aún más modesto: como una oración. ¡Una súplica! ¡Un acto de humildad! (recuerden las sencillas y humildes  palabras de aquel centurión israelita, las cuales se han inmortalizado a través de  la liturgia católica: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa…”)



De una actitud de prepotencia y arrogancia, en donde pretendemos controlar o manipular el “destino”, cuyo equivalente, en términos religiosos sería “la Voluntad de Dios”, hemos de progresar hacia una consagración. Es decir: más que una petición, ha de acabar convirtiéndose en una entrega,  en una rendición. Recuérdese, por ejemplo, como en la popularísima oración del “Padrenuestro”, a la vez que se pide (“…el  pan nuestro de cada día, dánosle hoy…”) también se ofrece la propia rendición (“…hágase tu voluntad…”).



            La rendición elimina la negatividad del ego… y la separación. Es entonces cuando las fronteras entre lo posible y lo imposible puede que se diluyan. En esa apertura… ¿quién sabe…? Puede ocurrir cualquier cosa… ¡Incluso pudiere emerger lo milagroso!

            ¡Invitemos, pues! ¡Invitemos! ¡Abramos la puerta al invitado! ¡…Y relajémonos! ¡Dejemos que suceda… cualquier cosa! ¡Y sigamos atentos! ¡Relajados pero atentos! ¡No perdamos detalle! ¡Como si estuviéramos en una magnífica función de teatro! ¡En un espectáculo interactivo…! ¡Oh! ¡Qué fantástico es el aprender a disfrutar del asombro… y de la aventura constante de la incertidumbre!


                                                       (continuará en el siguiente post)