jueves, 26 de abril de 2012

"La Resiliencia. (1ª. parte.) ("El Destino es un maricón.")





        Existe un dicho popular enormemente expresivo que reza: “Si pongo un circo, seguro que me crecen los enanos.” Siempre me ha parecido una ingeniosa y divertida ilustración de la celebérrima ley de Murphy. Por cierto, que tal dichosa ley admite infinitos enunciados. Ya saben, aquél de que “si algo puede salir mal, saldrá mal” o el de que “la tostada siempre cae al suelo por el lado de la mantequilla”.


            Yo me suelo acordar siempre de la Ley de Murphy en esos lunes de mañanas radiantes de sol… justo después de pasarse todo el fin de semana lloviendo… Sobretodo cuando había planificado ir de excursión o a la playa… Y es que parece como si hubiera un principio universal que está esperando a que por fin lleves a lavar el coche para que precisamente después se ponga a llover a cántaros… ¡Y encima barro! ¡Pero no se acaba aquí, no! Las variaciones pueden ser infinitas: después de más de una hora buscando aparcamiento, cuando llegas a casa resulta que entonces hay un hermoso hueco delante de la puerta… El único recibo que ha desaparecido es el que ahora tanto necesitas y te vuelves loco buscándolo… Y es que si las cosas, alguna vez aparecen, pues resulta que se encuentran en el último lugar en que se mira. No se apuren que todos tenemos un plan que nunca funcionará y para limpiar una cosa no hay más remedio que ensuciar otra. En fin, que la Naturaleza, si puede, te venderá una moto.




         


   Ante tal exhibición de fatalidad no es difícil pensar, como cantaba Joaquín Sabina, en  su tema: “Con un par”: “… pero al loro, que el destino es un maricón…”  Y más adelante, en la misma canción: “Destino chungo, cruel y canalla, te da champán y después cazalla…” Claro que también, como suelo venir explicando en este Blog, toda cuestión en esta vida puede tener un valor relativo. Todas las cosas que nos suceden, pueden reenfocarse desde un nuevo punto de vista. El mismísimo Freud llegaría a escribir una frase, en su autobiografía, que contiene una agudísima reflexión: “Soy un hombre afortunado: nada en la vida me ha sido fácil.” El creador del psicoanálisis estaría aludiendo aquí, de forma evidente, al valor altamente positivo que puede llevar encerrado toda adversidad. Como si toda frustración representara un  motor que empuja a las personas a superarnos hacia la evolución, hacia el crecimiento personal y  a la realización de nosotros mismos.

            Mire, pues, por donde, el genial psicoanalista preconizaría la importancia del dolor y el sufrimiento y se adelantaría así casi medio siglo en lo que acabaría siendo un concepto, cada vez más fundamental, en la  Psicología Humanista: lo que actualmente se conoce como  “Resiliencia”.


            Resiliencia es una hermosa palabra que deriva de la voz latína: “resilio”, cuyo significado etimológico sería: volver atrás de un saltorebotar… resurgir. A la vez, resulta ser un término que proviene de la física y de la metalurgia (igual que stress), refiriéndose a la capacidad “elástica” de los metales, de recuperar su forma y estructura tras ser deformados por un impacto. Ahora la psicología y la sociología han adoptado la palabra con auténtica fruición, viendo en la actitud resiliente algo mucho más profundo que un simple rebotarse. La resiliencia nos proporciona a los seres humanos la capacidad de sobreponernos a los impactos dolorosos de la existencia, integrando el dolor y resurgiendo fortalecidos por el mismo, como el avefenix que resurge triunfal de sus propias cenizas (mi padre decía que la vida te enseña a base de hostias).



 Desde La cenicienta a Harry Potter, pasando por El patito feo, son relatos de historias resilientes, como lo fue la del personaje bíblico de Job, o la vida del genial Beethoven o la del psiquiatra Victor Frankl, que tras su experiencia en los campos de concentración nazi, desarrolló la "Logoterapia", una psicoterapia centrada en la búsqueda del sentido de la vida.  Resulta que desde antiguo, los místicos decían que “el dolor es la primera vía hacia el conocimiento”,  y hasta el propio príncipe Sidartha,  más conocido como el Buda,  necesitó encontrarse de cara frente al dolor del mundo,  pues únicamente tras el descubrimiento de la existencia de la miseria, así como  de que la enfermedad y la muerte aguardan al hombre, fue cuando decidió abandonar la placentera vida dentro del palacio, para hacerse mendigo y lanzarse de lleno a la búsqueda de la Verdad. ¡Y no paró hasta encontrar el nirvana!  

                             (Continuará en el siguiente post.)

viernes, 20 de abril de 2012

Epílogo (2ª. parte): "La Mentira de la Verdad."

        

            Lejos de hacer una apología de la mentira, lo que sí he tratado de evidenciar, en estos últimos cinco artículos del Blog, es la necesidad de una gestión equilibrada del uso de la verdad, en la sociedad humana, donde verdad y mentira coexisten y conviven indisociablemente.



            Se entiende a la mentira como una estrategia de comunicación ocultadora y tergiversadora de lo real, pero en la cuál habríamos de valorar, principalmente, la intención tergiversadora, como diría Derrida, así como el nivel o grado de tergiversación infligido, antes de descalificarla tan autoritariamente desde los estrictos púlpitos de la Moral. Pues con un juicio riguroso, hasta el tacto de las relaciones humanas, en última instancia, sería equiparado al mentir.

            No hace falta caer en la llamada Demagogia de las palabras honorables para reconocer la importancia de los mitos en la historia de la humanidad. Fue Platón quién hizo referencia, en su célebre obra “La República”, a la “mentira noble”. La cual no consistiría en otra cosa que en el uso de un mito, con la finalidad de preservar la armonía social (ése es exactamente el mensaje que pretende transmitir la película reciente de Batman: “El caballero oscuro”)



            En esta misma línea, podríamos incluir la abigarrada mitología de los pueblos, que conforman el ideario colectivo de sus culturas, las cuales suelen estar plagadas de referencias a héroes legendarios, proezas inspiradoras y personajes fabulosos.



            También habríamos de considerar, en la misma línea, al contenido mítico de las religiones, basado, esencialmente, en la personificación de arquetipos simbólicos. Con todo ello, lo que se estaría haciendo es tratar de transmitir mensajes válidos de una gran profundidad de conciencia, pero expresados a través de supuestas anécdotas históricas. De tal manera, podrían ser asimiladas por un nivel mental concreto, menos evolucionado.

            También, el reconocidísimo antropólogo Levi Strauss, hablaba de las creencias necesarias, como pueden ser las leyendas edificantes y los mitos poéticos, los cuales, aunque falsos en el sentido histórico, pueden tener una inmensa utilidad por lo que llegan a transmitir a nivel simbólico.





            Algunos dicen, siguiendo el popular refrán, que “cuando el río suena… agua lleva”, aunque tal vez quien  llegara a expresar mejor el trasfondo de toda esta idea fuera Eugene O’Neill, con su frase: “Si se despedaza una mentira, los pedazos son la verdad”.

            Y bien, como lo prometido es deuda, voy a finalizar, de verdad, esta saga de artículos, con un cuento sufí: “La Mentira de la Verdad.” Así que allá va:

            Un joven intrépido escuchó decir que la Verdad era la más hermosa de las doncellas, que el afortunado que  la encontrara quedaría extasiado y satisfecho para siempre. Inflamado por el anhelo de hallar semejante belleza, decidió consagrar su vida a la búsqueda de la Verdad.

            Inició su exploración por las bibliotecas y los libros de filosofía, pero de nada le sirvió, pues cada uno contradecía al anterior. Continuó su búsqueda sumergiéndose en la religión, pero le ocurrió tres cuartos de lo mismo: cada doctrina pretendía poseer la verdad y cada una refutaba a la otra y, por lo general, de forma violenta.


            Entonces decidió buscarla por sí mismo, aunque para ello tuviera que recorrer toda la Tierra, Y así fue como se hizo peregrino por los caminos del mundo, preguntando de pueblo en pueblo: “¿Conocéis a la Verdad?” Y la respuesta más esperanzadora era: “Dicen que pasó por aquí hace mucho tiempo, pero nadie sabe a dónde fue.”

            Tras recorrer todos los pueblos de todos los países, el joven ya era ahora un hombre maduro, y abandonó su búsqueda en la sociedad humana, para comenzar su interrogación a la Naturaleza. Preguntó, entonces, a los valles y a los ríos… a la montañas y a los bosques… a los árboles… a las flores… si conocían a la Verdad. Y los mares, los peces, los pájaros… cada uno con su lenguaje, le contestaban: “¿La Verdad? Pasó por aquí hace tiempo… ¿Quién sabe donde estará ahora…?


            El hombre buscador de la Verdad se hizo viejo, más no desistió en su indagación. Paraje tras paraje… escudriñaba en cada rincón del planeta… hasta que llegó a un vasto y árido desierto. A la ardiente arena le preguntó: “¿Sabes tú dónde vive la Verdad?” Y el desierto le respondió: “¡Pues claro! ¡La Verdad está aquí!  ¡La Verdad soy yo!

            Pero el anciano había aprendido mucho en su larguísimo e incansable viaje, y supo reconocer que el desierto le mentía… Así que prosiguió su camino…


            Por fin, consiguió llegar al fin del mundo, donde halló una oscura cueva. Se adentró en el interior de la gruta y encontró que había alguien en sus profundidades. Cuando alcanzó a verla, a la luz de un candil, descubrió a una mujer muy vieja y feísima. El hombre consiguió reconocerla al instante, a pesar de aquella horrible apariencia: era la Verdad.

            “Te he buscado por todo el mundo. He dedicado toda mi vida para encontrarte. ¿Por qué te escondes? ¡Todos te están esperando!”

            La Verdad se mantuvo en silencio.

            El anciano insistió, una y otra vez en su invitación y en sus ruegos, pero la Verdad no le contestó. Después de tres días de insistencias contínuas, el anciano supo que la Verdad no abandonaría su refugio oscuro. Antes de marchar, le formuló su último ruego: “Al menos, confíame un mensaje que pueda llevarme y así poder transmitírselo al mundo de tu parte. Lo llevaré a los océanos, a los lagos y hasta las altas cumbres. A los peces del mar y a las aves del cielo revelaré tu consejo. A las bestias y a los hombres llevaré el mensaje de la Verdad. Así podré decirle a los sabios y hasta a los místicos: “¡Aquí tenéis una palabra auténtica de la Verdad!”

            Entonces, la Verdad levantó su mirada hacia el anciano. La vieja y fea dama, mirándole al fondo de los ojos, pronunció estas palabras: “Ve y diles que soy joven y bella.”

                                                            
                                             ("La Verdad" Lefebvre)


Escrito por: Lauren Sangall Psicólogo Clínico. Psicoterapeuta. Premia de Mar -Barcelona- T. 93 751 63 54      e-mail: laurensangall@gmail.com

viernes, 13 de abril de 2012

"El exceso de verdad: Epílogo." ("La verdad de la mentira y la mentira de la verdad."





        Con este Epílogo daré por terminada esta saga de artículos dedicados al tema de la verdad, no por considerarla agotada, sino por procurar amenizar el Blog con temas variados y diferentes. He elegido como título un juego paradójico de palabras: “La verdad de la mentira y la mentira de la verdad”, con lo cual, de entrada, ya intento hacer alusiones a que la verdad y la mentira coexisten indisociablemente en la experiencia cotidiana.

        Mi intención es no repetirme con conceptos que ya han sido hilvanados en los post precedentes, a excepción de recordar la gran importancia que tiene el saber gestionar adecuadamente la “verdad”. Es esta una habilidad psicológica y social bien compleja, en donde intervienen la sensibilidad, la intuición y la empatía, así como el tacto y la compasión.








        Habríamos de tener siempre bien presente la relatividad de todas las cosas. Por lo tanto, para el tema que nos ocupa, habríamos de reconocer que existen “mentiras y “mentiras”. Por ejemplo, podríamos decir que el Arte representa uno de los esfuerzos más grandiosos y válidos con el que el hombre pretende abrazar la verdad: el esfuerzo estético. La búsqueda de la armonía y la belleza que subyace en el trasfondo profundo de la Existencia.




 Sin embargo, al mismo tiempo, habremos de admitir que las expresiones artísticas se basan en la mentira. ¡Son un simulacro! ¡Un truco para intentar hacernos ver lo que no hay, lo que no es! Vemos un árbol en un trozo de papel acuarelado... el erotismo de Venus en los pigmentos de oleos sobre una tela... o la clemencia de la Piedad, antropomorfizada en un bloque de mármol... Como dijera Picasso: "El Arte es una mentira que nos acerca a la verdad."
 

        Y es que no todas las mentiras valen lo mismo. Por ello  escribiría el filósofo catalán Miguel Morey: “no son las mismas las mentiras del arte que las de la maldad.” Y si William Blake, por su parte, había reconocido que “la verdad mal intencionada es peor que la mentira”, nosotros bien podríamos llegar a argüir, pues, que “la mentira bien intencionada, en ocasiones, podría llegar a ser mejor que la verdad.” ¿Se resisten a aceptarlo? Bien, entonces que me dirían de cuando una mentira logra salvar una vida humana... ¿Recuerdan La lista de Schindler...? Con sus disimulos y tergiversaciones, el empresario alemán logró salvar a más de mil judios polacos del holocausto nazi...



        Recuerdo que de pequeño, me fascinaba escuchar la curiosa historia que mi padre me explicaba, sobre cómo el escribano de un rey había salvado la vida de un hombre... ¡con tan sólo cambiar una coma! El asunto se trataba de que... hubo una vez en que habían recurrido a un suplicatorio real para salvarle la vida a un hombre justo, condenado a muerte. El monarca no quiso conceder la gracia y ordenó a su escriba que respondiera con el siguiente mensaje:

          “Perdón imposible, que lo maten.”

         El escribiente, apiadándose del reo, después de firmado el veredicto, cambió la coma de sitio, con lo que el mensaje quedó de la siguiente forma:

         Perdón, imposible que lo maten.” 

         Y de esa sencilla forma consiguió salvar la vida a un inocente.

        Como decía en el encabezamiento del post, verdad y mentira coexisten indisociablemente y conviven una junto a otra. Sencillamente, hasta los secretos... los silencios... pueden caer dentro del cajón de las mentiras. La propia intimidad, necesaria como el aire que respiramos... ¿en que cajón la meteríamos? No atender al teléfono o no responder al timbre de la puerta, en un momento determinado, lo podemos considerar legítimo... pero no deja de ser una respuesta mentirosa. Una vez más, aludo a la “ética de la situación” para procurar mantenernos responsables y, a la vez, libres en lo que respecta a la la gestión de la verdad.


        Tom Wolfe, en su célebre y magnífica novela “La hoguera de las vanidades”, deja patente la paradoja de que, a veces, es necesario mentir para que pueda, precisamente, resplandecer la verdad. Una cuestión que queda magistralmente sintetizada en el concentrado diálogo entre el padre virtuoso y el hijo:

-”Quiero que se sepa la verdad y sólo hay un modo de hacerlo”
-”¿Cuál?”
-”Mentir”

        Y la escena continua, ahora con la cara de consternación del padre, que ensaya un discursito:

-”Sabes que siempre he sido un gran defensor de la verdad. He vivido con la mayor sinceridad posible. Creo que la verdad es la compañera esencial del hombre de conciencia. Un faro en este vasto y oscuro yermo que es el mundo moderno. Y aún así…”
-”¡Queee…! “
-”¡En este caso, si la verdad no te deja libre, miente!”


        Y ahora, creo que ha llegado el momento de hacerles una confesión. Si me han seguido hasta aquí, puede que sea el timing adecuado: ¡Les he mentido! Y es que considero que la mejor forma de hacerse comprender es predicando con el ejemplo. Pues sí: les he mentido. He comenzado el post comunicándoles que con este epílogo daba por terminada la “saga de la Verdad”, y resulta que es mentira. Todavía voy a escribir un artículo más: la segunda parte de este Epílogo, que publicaré la semana próxima y que remataré con un curioso cuento sufí llamado “La mentira de la Verdad.” ¡Y punto final! ¡Esta vez va en serio! ¡Les invito a que no se lo pierdan!


         (Continuará en la 2ª parte del Epílogo -en el siguiente post-)






   

viernes, 6 de abril de 2012

“El exceso de verdad” (3ª parte.) ("Las mentiras piadosas.")




Aunque puede parecer sorprendente, también se cometen abusos con la verdad. De ello trataba los dos posts anteriores.

La aspiración y la necesidad de basar las relaciones sociales en la veracidad y la honestidad, ha de considerarse, desde luego, como algo incuestionable y fuera de toda duda, ya que sólo así puede proporcionarse el fondo de confianza que honre a las relaciones humanas. Sin embargo, también hemos de saber admitir que, en el estado en el que se encuentra el ser humano, aun no sabemos vivir sin mentiras. Una máxima bien sincera es aquella que nos recuerda que “la primera mentira del hombre es decir que no miente.”



Me parece fundamental el que lleguemos a reconocer la necesidad de la mente de vivir en la mentira. Y eso ya por la sencillísima razón de que cualquier asimilación que haga la mente, cualquier asimilación mental,  no deja de ser una deformación de la verdad.

Con esta trilogía de artículos no pretendo, en absoluto, hacer una apología de la mentira, sino, por el contrario, incentivar la reflexión sobre la gestión adecuada de la verdad. Así como todas las cosas necesitan encontrar su punto medio, su punto de equilibrio para llegar a su perfección o excelencia, de igual forma habríamos de entender el uso que habríamos de hacer con la verdad: encontrar la dosis apropiada para cada momento. ¿Cómo y cuando ha de revelarse un secreto…? ¿Cuándo y de qué forma ha de transmitirse una noticia trágica…? El tema de la gestión de la verdad es más delicado de lo que pueda parecer a primera vista.


(Traducción aproximada: "¿Qué quiere usted decir con eso de que esta es nuestra última sesión?")

Cuando nos introducimos en el tema, con lo primero que nos encontramos  es con el terreno resbaladizo de las mentiras piadosas, a las que solemos considerar como trucos o invenciones amables para ir haciendo más digeribles los sufrimientos de la vida. A propósito de este tema, Jorge Bucay escribe que “casi todas las mentiras son piadosas, sólo que piadosas con uno mismo.” Y en eso habríamos de darle la razón: son piadosas con el que miente.  Cuando echamos mano de lo que llamamos una mentira piadosa, habríamos de saber ver que lo que, generalmente, estamos escondiendo y proyectando no es otra cosa que nuestro propio temor al sufrimiento.


¿Recuerdan la historia de la película "La vida es bella"?  Aquella que narraba el horror de los campos de concentración nazi, en la que un padre desesperado trata de hacerle vivir la situación más llevadera a su hijo pequeño, fingiéndole de que todo se trata de un juego... ¿Se trataba de una historia de mentiras... o de una historia de amor? ¿Qué les parece...?



Por el contrario, la práctica de la verdad de forma incuestionable nos llevaría a posiciones fundamentalistas, como el idealismo kantiano, que aunque proclame una ética de valores inmaculados, también cae en una rigidez que, al final, acaba resultando incompatible con la imprevisibilidad y el relativismo de la propia vida. Kant se mostraba absoluta y rigurosamente en contra de cualquier mentira, pasándolo todo por debajo de su imperativo categórico, el cual impone la práctica de la verdad como un deber universal, sin ninguna excepción posible.


Ante exigencias tan extremas, otras corrientes filosóficas desarrollaron enfoques completamente enfrentados, como es el caso del Utilitarismo. La escuela de Stuart Mill aboga por un pragmatismo básico, que ensalza lo útil por encima de todo y lo que fuere mejor para la mayoría. Pero una vez más, volvemos a irnos de extremo a extremo y la búsqueda económica de resultados prácticos, acaba diluyendo la ética de valores y termina cayendo en la fórmula relativista de que el fin justifica los medios.


Entre un extremo y otro habríamos de ir buscando un punto de equilibrio, y aquí nos podemos encontrar con planteamientos de corte más existencialistas. Para éstos, la importancia recaerá en la comprensión existencial del momento concreto, a fin de poder aplicar una ética situacional (más información en el post: “Estar despierto o la ética de la situaciónhttp://tallerpsicologia.blogspot.com.es/2011_08_01_archive.html )

Pero lo curioso del asunto es que el mismísimo Kant llegará, después de todo, a expresar la necesidad práctica de creer en Dios, a pesar de que “no tengamos el más mínimo sustento para suponer de manera absoluta el objeto de esta idea.” Un razonamiento que recogerá Voltaire, por su cuenta, sin tantos ambages, y llegaría a escribir su célebre frase: “Si Dios no existiese, habría que inventarlo.”


¿Entonces, en qué quedamos?

Pues resulta, simplemente, como comentaba en el primer post de esta trilogía, recordando al Eclesiastés, que “existe un tiempo para cada cosa, bajo los cielos.” También existe, pues, un tiempo para soñar... y un tiempo para despertar, como intenta respetar el timing psicoanalítico. Y por mucho que nos empeñemos, no podremos convencer a un niño de cuatro años que 1 kg. de hierro pesa exactamente igual que 1 kg. de paja (¡dónde va a parar...! ¡Con lo que abulta un kilo de paja!). Ni tampoco habríamos de esforzarnos demasiado por demostrarle a ese infante que no existe ningún ratoncito Pérez... o que los Reyes Magos, en verdad... resultan ser los padres.


                
                       (Continua en el Epílogo, en el próximo post.)