lunes, 18 de marzo de 2013

“La Primavera la sangre altera.”





            Aquí y ahora, en el hemisferio norte, vuelve de nuevo, en su eterno retorno, la llegada de la primavera.

Por estas fechas me gusta escuchar canciones de  Silvio Rodríguez y abrir las ventanas al amanecer, para poder estar presente cuando la eterna y siempre jovial Proserpina haga nuevamente su aparición, diciéndole adiós al Invierno. Hasta puedo ver ya la forma de una flor en las nubes de la mañana, pues las paraidolias de mi mente me invitan a jugar a proyectar jardines en los cielos nubosos de marzo... Y es que parece que ya todos estamos impacientes... como esperando abril...



A lo largo de la historia de la Humanidad, antes de los avances tecnológicos, de la protección  que nos ofrece la ciencia actual y el confort que nos ha traído  la modernidad, el ser humano vivía mucho más desvalido y vulnerable, aunque por ello  también mucho más enraizado en la Naturaleza.

Entonces, los ciclos estacionales se percibían y se vivían de forma intensa, pues la vida se experimentaba de forma sobrepuesta al mundo natural. Piensen que antes de que se descubriera el uso de la electricidad (recuerden que la bombilla eléctrica se patentó en el año 1880, como quien dice, hace cuatro días), el invierno era sinónimo de oscuridad. Era sinónimo de frio, de enfermedad y de muerte. Antes del desarrollo moderno de la medicina, durante el invierno entraba siempre la Muerte en casa... 




Las familias eran extensivas, eran clanes familiares. No existían los antibióticos, los antitérmicos… ni siquiera existía la higiene. La alimentación era pobre… Cualquier gripe invernal se llevaba por delante al que estuviera más débil: al abuelo, al recién nacido, a la embarazada…  El invierno era sinónimo de temporales, de frio intenso, de nieve, de oscuro  sufrimiento, de muerte, de dolor… De mucho dolor. ¡La Humanidad hunde sus raíces en el dolor!

¡Y la Primavera la sangre altera! Eso es lo que dice el dicho popular. Pero para que comprendamos a fondo este célebre refrán, mi teoría es que deberíamos compararlo con el síndrome que actualmente se conoce como Estrés Postraumático.



   El primero en analizar este cuadro fue Freud, con lo que él denominó Neurosis traumática y también Neurosis de guerra. En definitiva, de lo que se trata es de que cuando nos encontramos sometidos a experiencias desgarradoras, a una situación de estrés intenso, brutal… en esos momentos el organismo trata de resistir con todas sus capacidades. Aguanta como puede, mientras dura el peligro. Pero después, cuando el huracán ha pasado, es cuando nos sale a fuera los temblores, cuando se desatan las emociones y cuando, incluso, nos venimos abajo.



Que la llegada de la primavera traiga consigo la animosidad y la excitación es del todo comprensible, con el aumento de la luz y de la temperatura que a la vez estimula la liberación de hormonas: melatonina, feromonas… que a su vez hace aumentar el impulso sexual, etc., etc. ...




 Pero es teniendo en cuenta la inmensa trascendencia que representaba para la Humanidad, desde los tiempo antiguos, el dejar atrás el oscuro y fatídico invierno como se puede valorar y hacer justicia a la exaltación y al jubileo del equinoccio primaveral, al retorno de Perséfone...




Y, al mismo tiempo, si recordamos el fenómeno del estrés postraumático podremos comprender, igualmente, que también puedan darse, sobre todo en los primeros compases de la primavera, justamente el efecto inverso. Pues es de siempre conocido que en primavera aumentan los trastornos  emocionales y que la clásica “astenia primaveral” hace que uno se sienta venir abajo, ya que este cuadro se caracteriza por un profundo cansancio, agotamiento y falta de energía.



Pero ya saben que la vida es paradójica. ¡No paro de repetirlo! Lo esperable es que con la llegada de la primavera vuelvan y aumenten las energías, los ánimos y las ganas de vivir. ¡Y esto es lo que generalmente ocurre! ¡En esto consiste la celebración de la primavera! ¡El eterno Retorno! Pero también, conociendo los efectos postraumáticos del estrés, puede resultarnos igual de comprensible el hecho de que cuando llevas meses y meses… largos e interminables meses apretando puños y dientes, encogido por el frio y por el pánico… Meses inacabables, con amagos traicioneros, hacia el final,  de ligeras bonanzas, como canta el refranero catalán: “Març, marçot, tira a la vella al sot i a la jova si pot” (Marzo, marzote, tira a la vieja al hoyo y  a la joven si puede) (La variante popular que más ha perdurado es: “Març, marçot, mata –o treu- a la vella de la vora del foc, i a la jove si pot”)...



...meses sin dejar por un momento  de dedicar rezos a tus dioses, de practicar conjuros y sortilegios para intentar apartar de ti y de los tuyos a la negra Parca, la cual ronda tan cercana y sin descanso, que has venido sintiendo el aliento de la Muerte recorrer tu espalda, tu espina dorsal, haciendo erizar los cabellos de tu nuca… Entonces, es igual de comprensible, digo, que cuando empieces a notar que por fin, de verdad, se aleja el peligro…




…Que entonces puedas bajar ya la guardia… y que te salga todo lo que has estado aguantando. Lo que has estando soportando… y a lo que has sobrevivido. ¿Cómo no va a ser normal, entonces, que la sangre se altere? ¡Que todo tu ser se altere! ¡Y que con los primeros signos de la primavera… empieces a enloquecer...!




 Escrito por:Lauren Sangall Psicólogo Clínico. Psicoterapeuta. Premia de Mar -Barcelona-     
 T. 93 751 63 54      e-mail: laurensangall@gmail.com 

lunes, 4 de marzo de 2013

“¡Decir NO para poder decir SÍ!” (2ª. parte).




            Hacía referencia en la primera parte de este post a que la vida es dinámica. Nuestra existencia representa un viaje evolutivo, en el que vamos aprendiendo progresivamente, y para madurar hemos de ir atravesando diferentes etapas… donde todas ellas son necesarias. Cada una en su momento.  Es por eso que comprender y respetar las secuencias evolutivas resulta fundamental  para no acabar confundiendo la gimnasia con la magnesia y la velocidad con el tocino.


            Ocurre muchas veces que queremos ir demasiado deprisa y comenzamos la casa por el tejado. ¡Y lo primero es lo primero! ¡Y eso es la educación! Primero hemos de asimilar nuestra herencia cultural. El pasado hay que conocerlo y digerirlo. Es absurdo que uno intente partir de cero y tratar de hacerse completamente a sí mismo. ¿O acaso, para saber de números,  vas a intentar descubrir por tu cuenta las Matemáticas…? ¿Desde los ábacos primitivos hasta las ecuaciones exponenciales (por dejarlo ahí), vas a pretender recorrer tú sólo cinco mil años de historia…? ¡Absurdo!




            Nosotros, a diferencia de los animales, no tenemos porqué partir de cero. Cada persona que nace puede asentarse sobre los hombros de todos los hombres que le precedieron. ¡Eso permite la evolución de la Humanidad! Así que, primero: ¡Asimila!  A esto me refería  a la primera etapa de la obediencia, en el anterior  artículo.


            En la célebre alegoría de Nietzsche, en su obra: “Así habló Zaratustra”, correspondería al símbolo del camello, cargando con la clásica “joroba de la tradición” sobre su lomo. ¡No hay que rechazar antes de tiempo! ¡Hay tanto que asimilar! ¡Estamos de suerte! Podemos aprender de Sócrates, de Lao Tsé, de Buda, de Jesucristo, de Kabir, de Freud, de Jung, de Einstein… ¡De tantos y tantos…! Podemos encaramarnos hasta alturas elevadísimas… Contra más subamos, más lejos alcanzará nuestra mirada y más amplia será nuestra perspectiva.

            Pero todo ese banquete hay que digerirlo y hay que integrarlo para comenzar a descubrir nuestras propias capacidades. Nuestra propia inteligencia. Nuestra propia luz. En la alegoría de Nietzsche es cuando el camello se transforma en león. ¡Es cuando llega la hora de rugir!



            Como también dijera Osho, “en el transcurso de su desarrollo personal, llega un momento en que el león que hay en el hombre, ruge contra toda autoridad. El león comienza a hacer trizas el enorme monstruo conocido como: =¡No harás eso!=”


            Louise Hay, por su parte, anima decididamente a las mujeres que padecen cáncer a rebelarse. En palabras suyas: “Una de las cosas que recomiendo a las mujeres que tienen cáncer de mama es que aprendan a decir =NO= a todo, y las cosas empiezan a cambiar. Las mujeres necesitamos nutrirnos diciendo: =Deseo hacer esto y no lo que tú quieres que haga.=”



            Pero no se acaba aquí el tema. Convertirse en león está bien.  ¡Es necesario! ¡Pero no suficiente! Hay que seguir avanzando (“Lluny, hem d’anar més lluny. Més lluny de l’avuí qu’ara ens encadena”, cantaba Lluís Llach en su Viatge a Itaca). Rugir y rugir acabará por agotarnos, sin acabar de degustar la auténtica libertad. Rugir es solamente insurrección. Rebeldía. Seguir estando en contra no es realmente estar libre. En la metáfora de Nietzsche, el tercer símbolo es un niño pequeño. ¿Por qué? ¿A qué viene ahora un niño, un infante recien nacido…? Sencillamente, esa fue la forma que encontró Nietzsche para representar el estar libre del pasado. El estar centrado plenamente en el ahora… y totalmente abierto a lo que pueda deparar el futuro.


            La “segunda infancia” es la inocencia del sabio. Entonces, ya no se cede, fruto de la obediencia ciega, del miedo o de la debilidad. Ni se ofrece un pulso de resistencia, fruto de un Yo fuerte y embravecido. Sino que se concede, desde la comprensión y el amor. ¡Porque desde el amor se da! ¡Se acepta! ¡Se celebra!


            Porque entonces… ya todo ha sido integrado. Todo ha sido perdonado. Entonces se ve… que no hay nada que perdonar. El SÍ entonces es profundo. ¡TOTAL!

            ¡Y entonces… llega la paz!
            
 Escrito por:Lauren Sangall Psicólogo Clínico. Psicoterapeuta. Premia de Mar -Barcelona-     
 T. 93 751 63 54      e-mail: laurensangall@gmail.com