viernes, 9 de marzo de 2012

"La verdad parcial."



         Después de tres posts consecutivos hablando sobre la “Verdad”, todavía voy a seguir removiendo un poco más el asunto y es que el tema da de sí para esto, para más y para lo que no sabemos…

            Hoy voy a centrarme en las “medias verdades” y en la visión parcial de las cosas. En la trilogía anterior (“La Verdad está ahí fuera.”) señalaba que la verdad está en todas partes y que se trata de que vayamos evolucionando, abriéndonos, expandiendo nuestra conciencia para acceder a ella y poder expresarla a través de nuestros propios actos.


Sin embargo, hay un aspecto en todo esto que debe tenerse muy en cuenta, y es el hecho de que nuestro conocimiento de lo real representa, únicamente, una humilde aproximación. En nuestra búsqueda de la verdad vamos abriéndonos camino desde la ignorancia y la oscuridad, accediendo progresivamente a la luz del conocimiento.

 Así, pues, las verdades que vamos descubriendo, representan tan sólo visiones parciales y, por lo tanto,  todavía no son la verdad. Si queremos, podemos decir que son una preparación para la verdad, un aproximación hacia la verdad. Pero quién  tome una verdad aproximada por la Verdad, se engaña completamente, por la sencilla razón de que una verdad aproximada aún es un engaño. Una media verdad sigue siendo mentira.


Pongamos, por ejemplo, la metáfora de que la Verdad estuviera representada… digamos… por “el vapor de agua”. En tal caso hipotético, si pusiéramos al hielo en el lugar de la verdad (el vapor), queda bien claro que  estaríamos equivocados y, a la vez, muy lejos de la verdad. Si nos encontráramos  participando en aquel juego infantil de ir buscando el objeto escondido o desconocido, hasta encontrarlo por aproximaciones sucesivas, el que propone el acertijo y, por lo tanto, sabe de qué se trata o conoce su paradero (metafóricamente sería el conocedor de la Verdad), cuando señaláramos al hielo, nos diría: “¡Frío, frío!” ¡Y nunca mejor dicho!



Si dejamos el hielo a temperatura ambiente (suponiendo que esta fuera superior a 0 grados) llegaría un punto en que el hielo se derretiría por completo, hasta convertirse en agua. Al alcanzar tal punto, podríamos llegar a considerar que la verdad que estábamos buscando se trataba del agua. ¡Pero seguiríamos equivocados! Pues si, en nuestra metáfora, habíamos acordado que la Verdad la representaba el vapor de agua, considerar al agua líquida como la Verdad seguiría siendo falso, aunque en cierta manera podríamos decir que ya estábamos menos lejos de la Verdad, que cuando considerábamos que la Verdad era el hielo. En el juego que señalábamos antes, el conocedor podría, entonces, decirnos: “¡Algo menos frío!”


Considerándonos que iríamos por buen camino, se nos podría ocurrir calentar el agua y, entonces, llegar a suponer que la Verdad no era otra cosa que “agua caliente”. ¡Pues no señor! Si, en este caso, aseverásemos que “la verdad es agua caliente”, seguiríamos equivocándonos. Seguiríamos instalados en lo falso, aunque podríamos volver a aceptar el hecho de que ahora, con el agua a 50 grados, estaríamos algo más cerca que antes. Y en aquel juego, el conocedor podría decirnos: “¡Tibio! ¡Templado!” Incluso, algo así como: “¡Vais bien! ¡Vais bien!”  ¡Pero ojo! ¡Aún no tendríamos ni idea de lo qué es la Verdad!


Podríamos seguir calentando el agua y llevarla a 90 grados… y el conocedor nos diría: “¡Caliente! ¡Caliente!” Pero de la Verdad… ¡Ni idea!


Desde luego, para que esta metáfora pudiera cobrar algún sentido, habríamos de imaginarnos en una situación de desconocimiento, de ignorancia con respecto a las transformaciones de los estados de la materia, en función de la temperatura. Es decir: habríamos de ponernos en la situación de que no sabríamos que el hielo podía descongelarse y volverse líquido… ni tampoco tendríamos la más remota noción de lo que le podría pasar al agua, por el efecto de irse calentando…




Y eso haríamos, probablemente: la seguiríamos calentando: 95 grados… Y el conocedor, gritándonos: “¡Supercaliente!” … … 98 grados… “¡Os  estáis quemando!” Sin embargo, a la Verdad, que la representaría el vapor (¿recuerdan?), no se la vería por ningún sitio.


¡99 grados! “¡Casi, casi… a punto!”  Muy bien, estaría casi, casi… a punto, pero aún seguiríamos tomando a la Verdad como agua líquida. Muy caliente, ¡eso sí!... pero agua líquida y no vapor. ¡Y eso sería una mentira! ¡Fíjense bien: Casi, casi… a punto… y, aún así,  seguiría siendo falso!

Sólo en el punto exacto de alcanzar los 100 grados… descubriremos  una realidad desconocida: el Vapor de agua… ¡La Verdad! ¡Antes no!


Con lo que estoy exponiendo, a través de esta simple alegoría, no pretendo despreciar absolutamente nada: ni la información sensorial que recibimos a través de nuestros sentidos, ni los recursos mentales de la lógica, ni los hallazgos empíricos de la ciencia…  Todo eso es legítimo… Todo es valioso… Todo es precioso… pues todo ello es fruto de la fecundísima riqueza del Kosmos… del Campo de potencialidad pura…  Todo ello son posibilidades perceptivas… Enfoques estructurados… Creatividad en acción…


Como escribía en otro post de este blog: (“El maestro siempre está a tu lado.”) una cabra encuentra un libro… y se lo come. Si lo descubre un salvaje… se le podrá ocurrir hacer fuego con él… Cuando lo halla un hombre civilizado… lo estudia y descifra nuevos mensajes a través de su lectura… El Universo se va desplegando… ganando profundidad… descubriéndose a sí mismo…


Lo que estoy intentando exponer con todo ello es el recordar que únicamente conocemos modelos limitados, fórmulas modestas… extraídas de la inconmensurable profundidad del Kosmos, de la infinita virtualidad del Campo. Tomar conciencia de tal cosa nos abre humildemente al Asombro… y nos permite alejarnos de la arrogancia ingenua  y de la prepotencia de considerarnos poseedores de la Verdad.


En lo que insisto es en la importancia de estar alerta para no tomar una cosa por otra. Nuestras verdades… en el mejor de los casos son verdades parciales y, como tales, son ficciones… Pero a la vez… pueden ser puentes que cumplen funciones muy útiles: los puentes están para cruzarlos… permitiéndonos avanzar… Esa es su auténtica función: hacer de puentes... para seguir siempre avanzando.



 De igual forma, acotamos un terreno para reservarlo a un uso concreto. También necesitamos planos y mapas... ¡Está bien usar los mapas… y es buena cosa conseguir acceder a los mejores… pero nadie dudaría en considerar loco… a quien confundiere un mapa geográfico…  con el propio territorio.




Y por último, quedémonos con esta reflexión: El ojo no puede verse a sí mismo. Lo digo recordando aquello que escribió Merleau-Ponty, de que "estamos dentro de la verdad y no podemos salir de ella."

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